Pasan los años y no en vano,
y entre canciones oscuras y recuerdos vagos,
frente al espejo me descubro a ratos.

Y veo a mi piel,
descender hacia el suelo,
coludida con la gravedad,
besando la tierra
como anhelando pronto,
volver a ella.

Mientras surcos invisibles
se dibujan en mi faz,
orgullosos, anodinos,
esperando surgir
sobre un canelo manto,
fragante a montaña.

Veo a mis dedos perderse,
en largos ríos de cabellos negros,
perfumados con las cítricas flores
del limonero del jardín;
cuyas ramas se extienden,
como tétricos brazos de un esqueleto,
del cual brotan desafiantes,
verdes retoños,
recordándome que aún,
en la vejez,
brotan los renuevos.
CRM 15-11-2017


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