Entre todas mis cicatrices, hay una gloriosa que emula una perenne sonrisa de una cuarta de medida.

Una sonrisa hecha en Cinco capas de piel
formada con hilo y sangre,
y que alguna vez fue una puerta abierta,
de donde salió el primero de mis grandes amores.

Una sonrisa bufonesca en la cúspide del monte de mi sensualidad natural.

Una sonrisa que no deja ser porque para ello fue diseñada,
a pesar de su fantasmagórica presencia.

Aquella puerta que sonríe y espera,
en vano, aquello que los años jamás devolverán.

El infructuoso grito en el silencio de la indiferencia.

Esa puerta que sonríe y que jamás dejará de sangrar,
aún cuando los años hostiles,
fenezcan con la mortalidad típica,
de la efimereidad de mis días.


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